Aurocán ha venido para dar vista a los ciegos, hacer andar a los lisiados, curar males del cuerpo y aclarar el alma. Las culpas se condensan en tumores, la tristeza se hace carne y el cuchillo milagroso extirpa de nuestras vísceras engendros que representan años de angustia.
Boli había pasado su existencia tratando de dar a un mundo que no la recibía y rechazando un mundo que no le ofrecía. Ahora, una gran calma habitaba la tierra. Puesto que todo era Uno, no se poseía y no había nada que dar o pedir.
Aurocán terminó de operar al último habitante de la aldea y bajó las escaleras del kiosko: un movimiento se encadenaba con otro. Los músculos, como si tuvieran conciencia propia accionaba las palancas de los huesos empleando exactamente la dosis de energía requerida, logrando tan prodigioso equilibrio que el cuerpo parecía flotar a milímetros del suelo. Boli vio a Aurocán deslizarse sin que una pluma, un velo, un cabello se moviera. Llego ante ella y, sobre sus labios, miles de labios transparentes, conservando la individualidad, a pesar de estar unos en otros, dejaron pasar otros tantos miles de hilos de voz que se tejieron para dar una hebra dorada, una palabra vibrante donde concepto y música eran la misma cosa. No comprendió lo que le dijo en mapuche, pero percibió en cada uno de los latidos de su corazón, que Aurocán le iba a mostrar lo que había estado buscando a través de su realidad mutilada: el amor de un hombre.
La tomó de la mano, la condujo fuera de la aldea, la llevó hasta un río, la desvistió, la froto con barro, la enjuago en el agua fría, le aplico rocas calientes para que sorbiera por su piel la energía solar y la froto con hierbas fragantes. Después enterró el cuchillo en la arena y trazo un circulo, llenando loa pulmones y lanzando una frase musical continua, construida como un laberinto, con tal cálculo que la ultima nota de la melodía coincidía con su ultima partícula de aire.
El circulo se hizo altar y cámara nupcial. El Dios la invito a poner los pies en la tierra consagrada.
Boli siempre había caminado guiada por el dolor. El paso que la llevo del exterior al interior del circulo le pareció el primero que daba en su vida. Por el simple hecho de mover sus pies de un punto a otro obtuvo un cambio. El mundo perdió poder y la circunferencia se hizo Edén. Su vagina comenzó a ondular y los ovarios, humildes, ofrecieron su universo negro. Boli se tendió con las piernas entreabiertas hacia el este. Aurocán, milímetro por milímetro, la fue penetrando hasta introducir la mitad de su miembro. Esa posesión incompleta que solo satisfacía parte del deseo hizo que las paredes internas del vientre de Boli deliraran ansiando recibir el órgano entero. Su carne se volvió succión. Entonces Aurocán la miro a los ojos y entre hasta el fondo de su memoria. Asistió a su nacimiento, la acompaño en sus juegos infantiles, la consoló día por día, año tras año, hasta que no hubo un recuerdo sin que el no estuviera. Y al llegar al presente, abrió su espíritu y la hizo descender hacia el pasado de la raza humana, para entrar en las raíces cósmicas y asistir a la creación del Universo. Ese estallido vital le atravesó el cerebro, cayendo como lava por la columna vertebral hasta alojarse en un centro que bruscamente palpito en el fondo de su sexo. Los ovarios, convertidos en imanes, lanzaron remolinos de energía llenándola de una electricidad que necesitaba imperiosamente descargarse en una chispa cataclísmica. Los gemidos de Aurocán se hicieron de toro, de potro, de león, de lobo, y ante esa llamada Boli sintió que cada una de sus células cobraba una vida distinta y conoció la calentura de la vaca, la yegua, la leona, la loba. Desde la piel del cráneo, las raíces de sus cabellos parecieron sorber la energía del sexo, hacerla subir por los tubos capilares y lanzarla al espacio, en respuesta al ofrecimiento del macho. Las cabelleras entrelazaron sus deseos formando una trenza invisible y amarrados por las cabezas, se dejaron sorber hacia los dedos de los pies que parecieron crecer como serpientes para anudase frenéticos. La frente deseo a la frente, la boca se entrego a la boca, los brazos ondularon formando una cruz, los pechos lanzaron latidos abismales, las hondas respiraciones salieron a mezclarse en el aire formando un aliento común y las lenguas, proyectando saliva marina, se amalgamaron como dos caracoles. Después ya no mas misma sino un estallido eterno, la primera formula saliendo de la boca de Dios para derramarse en estrellas, vida y muerte.
El loro de las siete lenguas
Unos consejos de Alejandro Jodorowsky para las mujeres en general...
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