domingo, 17 de febrero de 2008

El anatomista - Fragmento

Hace muchos años, allá por el 2001 creo, un chico muy lindo, encantador y aventurero me pasó un libro genial sobre la vida de una prostituta y un clérigo anatomista que osa investigar el cuerpo femenino alla por el siglo XVII en el Renacimiento.




Los años pasaron y no se porque nunca había registrado el nombre a pesar de que me había encantado. Hace unos días hablando con Romi, caí en la cuenta, después de un rato, de que estabamos hablando del mismo libro...

Aquí les dejo algo de lectura para entretener sus pensamientos.






Bailó. Nadie hubiera dicho que, como la víctima de una
serpiente cuyo veneno va invadiendo, implacable, la sangre, aquel hombre adusto que bailaba
acababa de enfermar definitivamente. Bailó.
Por siempre, hasta el día de su muerte, habría de recordar que bailó bajo el encanto de
aquellos ojos maliciosos; hasta el último día, como se conmemora la fecha de un mártir,
habría de recordar que anduvieron huyendo por pasillos, jardines y galerías y que, en una
alcoba recóndita del palacio, con el lejano susurro de los laúdes, pudo besar sus pezones
rosados, duros como perlas pero más tersos que el pétalo de una flor. Hasta el día de su
muerte habría de recordar, como una efemérides negra y sin embargo tan dulce, su voz de
leño ardiendo, el aquelarre de su lengua cuya materia era la misma que la del fuego del
infierno. Hasta el último día habría de recordar que, como aquel que ha cumplido promesa de
ayuno y renuncia al manjar permitido para postergar el ansia de comer, así rehusó su cuerpo y
en cambio, acomodándose el lucco, le dijo:

—Quiero retrataros.

Y, como el náufrago que confunde las nubes del horizonte con la tierra firme, creyó ver
amor en aquellos ojos verdes repletos de pestañas arqueadas. Y no eran más que nubes.

—Quiero retrataros —repitió con el ánimo turbado por la emoción.

Y creyó ver emoción en los ojos de la serpiente. Mona Sofía lo besó con una ternura
infinita.

—Podéis venir a verme cuando queráis —dijo y en un susurro agregó:

—Venid mañana mismo.

El anatomista la vio arreglarse el vestido, vio cómo por última vez le ofrecía sus pezones
duros para que los besara y la vio girar sobre sus talones en dirección a la puerta. Entonces
oyó cómo le decía, antes de perderse al otro lado:

—Venid mañana, os estaré esperando. Y no eran más que nubes.


[...]


Desde su regreso a Padua, Mateo Colón pasaba la mayor parte del tiempo encerrado en
su claustro. Apenas si salía para ir a las misas de rigor y para dar clases en el aula de
anatomía. Las visitas furtivas a la morgue empezaron a espaciarse, hasta que las abandonó
por completo. Dejó de manifestar cualquier interés hacia los cadáveres. Encerrado en su
claustro, no hacía otra cosa que rebuscar en los antiguos volúmenes de farmacia en los que
había estudiado. Cuando salía al bosque lindero a la abadía, ya no se interesaba por los frescos
despojos que le señalaba su Leonardino. De pronto, el anatomista se había convertido en un
inofensivo animal herbívoro. Era, ahora, un farmacéutico. Cargaba sacas con infinidades de
hierbas que eran prolijamente clasificadas, agrupadas y más tarde infusionadas.
Estudió las propiedades de la mandrágora y la belladona, las de la cicuta y el apio, y
estableció los efectos de estas plantas sobre los distintos órganos. Era la suya una tarea
peligrosa, pues el límite que separaba la farmacia de la brujería era, ciertamente, impreciso.

La belladona había concitado la misma atención en médicos que en brujos. Los antiguos
griegos la habían llamado atropa —la inflexible— y le atribuían la propiedad de restablecer y de
cortar el hilo de la vida. Los italianos la conocían y las damas florentinas aplicaban la savia de
la planta para dilatarse las pupilas y conferirse una mirada soñadora que —a costa de una
ceguera más o menos crónica— les daba un atractivo incomparable. Conocía los efectos
alucinógenos del temible beleño negro, cuyas propiedades ya habían sido descritas en los
papiros de Eber, en Egipto, hacía más de dos mil quinientos años y ciertamente sabía que
Alberto Magno había escrito que el beleño era empleado por los nigromantes para conjurar a
los demonios.

Preparó cientos de pócimas, cuyas fórmulas eran puntualmente catalogadas y, entonces,
por las noches, se lanzaba hacia los sórdidos burdeles de Padua cargado con sus frascos.
Mateo Colón se había trazado una meta nada original: conseguir un preparado que pudiera
apropiarse de la volátil voluntad de las mujeres. Desde luego que existían numerosas pócimas
que hasta una aprendiz de bruja podía preparar por unos pocos ducados. Sin embargo aún
conservaba un poco de cordura. Después de todo, él se había graduado en farmacia. Conocía
perfectamente las propiedades de todas las plantas; había leído a Paracelso, a los antiguos
médicos griegos y a los herbalistas árabes.

Entre sus apuntes, puede leerse: "El modo de asegurarse la eficacia de los preparados es
cuando éstos ingresan por la boca hacia el aparato digestivo. Las frotaciones en la piel pueden
surtir efectos, aunque esto es más trabajoso y los resultados son mucho más tenues y
efímeros. También pueden ingresarse por vía contraria desde el orificio anal, aunque en este
caso es difícil que el cuerpo los contenga, provocando serias diarreas. Y, según la
circunstancia, también pueden ser inhalados sus vapores y así, distribuirse sus partículas
desde los pulmones hacia la sangre. Pero la vía más aconsejada será la de la boca".

Ahora bien, ¿Cómo dar de beber los preparados a las prostitutas sin que éstas se
nieguen? El camino más expeditivo sería frotarse el sexo con las infusiones en muy alta
concentración y, por vía de la fellatio, hacerlas ingresar en el cuerpo de las mujeres.


A leer el libro pues...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola chicas. Saludos desde Base Marambio. Vuestro blog es excelente: el personal olvidó el frio tanto que derretimos a hugo, una joya antropológica, un troglodita que hallamos flotando en un témpano con el cuerpo envuelto en pieles de mamut. En muestra de agradecimiento, Hugo quiere decir algunas palabras:

_Hola hola, habla Hugo. Hombre huevo hueso hubo: Hombre Hugo hambre hembra hubo.

Ma'am dijo...

Que lindo que lindo


Unos besos de las chicas para todos ustedes !!!

Anónimo dijo...

Ahh... oxford jeans perdiendome en la estela de tu perfume. Nunca salí de tu laberinto princesa... Desde esa vez nadie más tocó el libro, es muy tuyo el recuerdo todavía a pesar de los tantos años que han pasado.

a veces te ví por la calle, temía que me algo me haya borrado de tu recuerdo.