domingo, 18 de mayo de 2008

Las edades de Lulú


Una perla de la literatura erótica, Las edades de Lulú de Grandes Almudena. Un fragmento de la primera experiencia de Lulú y sus quince años con Pablo, el amigo de la familia.
Después de una tarde juntos, antes de llevar a Lulú a su casa, Pablo la seduce en el auto y tras algunos besos, caricias y tener a Lulú practicándole sexo oral, se van al taller de la madre de Pablo...

Me saqué primero la manga izquierda, luego me lo pasé por el cuello; cuando estaba
terminando con el brazo derecho me quedé helada.
-Marcelo? Hola, soy yo -al otro lado debía de estar mi hermano, no hay muchos Marcelos por ahí-. Nada, muy bien...
Me arrancó el jersey de las manos, se encajó el teléfono entre la barbilla y el cuello y empezó a desabrocharme la blusa, apenas dos botones cojos, yo no me movía, no respiraba siquiera, estaba paralizada, completamente bloqueada.
-No, no ha estado mal, en serio, al tío no hay un Dios que lo aguante, ya sabes, pero la gente se lo ha pasado bien, ha chillado, ha llorado y se ha ido a casa contenta -adoptó un tono épico, como los locutores de televisión cuando transmiten un partido de la selección nacional-, en suma, te has perdido otra jornada de gloria para el socialismo español, camarada, una más, estamos embalados... -podía escuchar las carcajadas de mi hermano, al otro lado del teléfono, Pablo también se reía, ni siquiera yo soy capaz de mentir mejor.

Me pasó las manos por detrás y me desabrochó el sujetador, un Belcor enorme, modelo
inevitable años setenta, color carne, cuadraditos en relieve y tres florecitas de tela en el
centro, cuya contemplación le había provocado exagerados y mudos espasmos de horror.
Tapó el auricular con la mano, me pasó un dedo por debajo de la hombrera y me susurró al
oído:
-¿Esta es la pérfida estrategia de tu madre para que lleguéis todas vírgenes al matrimonio,
o qué?
Me quitó la blusa y el sujetador, cambiándose el teléfono constantemente de sitio.

-¡Ah! Lulú..., Lulú ha sido mi buena acción del día... -me miraba y sonreía, estaba
guapísimo, más guapo que nunca, encantado con su papel de con cienzudo pervertidor de
menores satisfecho de sí mismo-. Una roja más, tío, he hecho una roja más, sin cursillo, ni Gorki, ni nada. Se lo ha pasado de puta madre, en serio -hablaba despacio, mirándome, y recalcando las palabras, hablaba para Marcelo y para mí al mismo tiempo, y me pasaba el vaso por los pezones, dejando una estela húmeda, gratuita, porque tenía los pechos de punta desde que empezó, aunque el hielo provocaba una sensación contradic toria y agradable-, no te lo imaginas, ha levantado el puño, ha chillado como una histérica, ha venido cantando la Internacional en el coche todo el tiempo, en fin, el repertorio completo, ya sabes -me miró-, y nunca he visto a nadie mover la boca con tanto entusiasmo, estaba encantada de la vida... -son reía, y yo le devolvía la sonrisa, ya no tenía miedo, y sí ganas de reírme, aunque no podía hacerlo.
Traté de acelerar las cosas y me desabroché la hebilla del primer cierre de la falda, pero Pablo movió negativamente la cabeza y me dio a entender que me la abrochara otra vez.
-Lo que pasa es que nos hemos encontrado con mucha gente, hemos estado bebiendo por
ahí, y ahora está con un pedo que no se sostiene -me metió la mano libre debajo la falda y comenzó a acariciarme la cara interior de los muslos con la punta de los dedos-. ¡No me jodas, Marcelo! Y yo que sé... -me coló el dedo índice debajo del elástico y comenzó a moverlo de arriba abajo, muy despacio, recorriendo con el nudillo la línea de la ingle-.
¿Pero qué dices? Yo no la he llevado a beber, hemos ido a tomar una copa, solamente, y se ha emborrachado ella solita, ya es mayor, ¿no?, pero, ¿tú qué te has creído? No iba a estar toda la noche pendiente de la cría, por muy hermana tuya que sea. Se ha escabullido un par de veces, ha bebido de mi copa y de las de los demás, yo qué sé..., estaba muy excitada, le entraba bien, y al llegar aquí se ha quedado frita, no se tenía en pie. Ahora está dormida, la hemos acostado y he pensado que se podía quedar aquí, si no te importa, no me apetece nada llevarla a casa, ahora -la punta de su dedo seguía barriendo lentamente la grieta de mi sexo, y con la otra mano, sin soltar el teléfono me empujó hacia él, tuve que apoyar las manos en el respaldo del sillón para mantener el equilibrio-.
¿Qué? No, estamos en Moreto..., y no me jodas, Marcelo, ¿qué más te da? No tiene por qué enterarse nadie. ¿No ha dicho ella ya que se iba a estudiar a casa de una amiga? Pues se queda a dormir con la amiga y ya está. Total, la boda era en Huesca ¿no? No creo que tu madre tenga las antenas tan largas... No, no sé dónde está su colegio, pero ella me lo dirá, creo recordar que tiene lengua... Que no, Marcelo, te lo juro, que no le he hecho nada, nada, ni se lo pienso hacer. Se movió hasta que mis pechos le quedaron justo encima de la cara.
Suponía que quería chuparlos o morderme, como antes, en el coche, pero no hizo nada de eso. Metió la cara en el surco y la restregó sobre mi piel, notaba su mejilla, su boca, cerrada, y su nariz, enorme, moviéndose sobre mí, apretándose contra mi carne,
escondiéndose en ella como si estuviera ciego y manco, como un recién nacido que
solamente dispone del tacto, el engañoso tacto del rostro, para reconocer el pecho de su madre, y cuando volvió a hablar distinguí por fin una leve sombra de alteración en su voz.


Un regalo para los amantes de la lectura, y para los mas ociosos está la opción de la película.


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