domingo, 23 de noviembre de 2008

Anaïs Nin



Manuel se paró detrás de las chicas. De repente, el quimono se abrió y cuando se encontró acariciando el largo cabello rubio, perdió la cabeza. En lugar de cruzarse el quimono, lo abrió del todo y, cuando las niñas se dieron vuelta, lo vieron allí parado en trance, con su enorme pene erecto, apuntándoles. Ellas se asustaron como pajaritos, y escaparon.



“En mí siempre hubo dos mujeres: Una desesperada y confundida, que sentía ahogarse. La otra, que saltaba al escenario, escondía sus verdaderas emociones porque eran debilidades, fragilidad, desesperación, y al mundo presentaba sólo una sonrisa, pasión, curiosidad, entusiasmo”.

1 comentario:

Ma'am dijo...

A mi me fascinó el relato de la modelo de pintores, sobre el caballete con el artista mirandola gozar... uffff, es genial esta mujer.