domingo, 31 de agosto de 2008

La historia de negarase placer

Soy de las que piensa que algún día viviremos en armonía todos los seres del universo, pero tras siglos de torturar a nuestra propia especie, aún queda mucho camino por recorrer para tal fin. Después de tanta autocastración y cortada de alas, hay muchas almas que nacen encajonadas y traban el camino a la felicidad.

Ya hemos hablado de los sufrimientos de las mujeres a las que se les negaban sistemáticamente orgasmos en la compañía de sus esposos, por el sólo hecho de que "el acto" tenía como fin la procreación y nada más.

No sólo eso se nos negaba, sino que también el derecho de darnos placer con nuestras manos, tanto a las mujeres como a los hombres.

Hace muchos, muchos años, en el 1700 para ser más precisos, un mounstruoso curita llamado Bekker, sacó un libro que se llamaba (y no es joda ni exageración): "Onania, el horrendo pecado de la autopolución y de todas sus terribles consecuencias en ambos sexos, con consejos espirituales y físicos para quienes ya se han perjudicado con esta abominable práctica, a lo cual se agrega la carta de una dama al autor sobre el uso y abuso del lecho conyugal, y la respuesta del autor".

Este tipejo, fue el que inventó lo de que la masturbación producía, entre otras cosas, ceguera, lascitud, problemas espinales, dolores en las membranas cerebrales, agotamiento, fiebre, etc, etc, etc.
Además descubrió su veta de comerciante y además del libro vendió algunos "accesorios" destinados a reprimir y castigar el intento de placer.

Bekker no fue un bestseller y su libro habría terminado en el olvido, si no es porque vino la represión científica a la masturbación, y un proceso de creación de angustia que dura hasta nuestros días, encomendada a un médico, asesor del Papa, de nombre Tissot.

Este recogió todo el arsenal de tonterías de Bekker en un libro, aparecido en 1758, que tituló, escuetamente: "El Onanismo. Disertación sobre las enfermedades producidas por la masturbación."

Tissot retomó el tema donde lo dejara Bekker, señalando que el onanismo es fuente de innumerables males, ninguno leve, como la "consunción", la locura, la ceguera, la imbecilidad, el priapismo, la gonorrea, el lesbianismo y, claro, la muerte.


Tras el éxito de Tissot, muchos médicos "se colgaron de sus tetas" y vendieron muchas recetas destinadas al tratamiento del mal.

William Acton, autor de "Las funciones y desórdenes de los órganos reproductivos", publicado en 1857, recomienda a los masturbadores adultos dormir con las manos amarradas detrás de la espalda y sugiere: "si en el paciente existe la práctica de la masturbación, deben tomarse medidas para corregirla. En la infancia, el hábito puede ser corregido por la práctica común de poner mitones en las manos o colocarle una especie de camisa de fuerza...Entre los remedios profilácticos para el autoabuso, el baño de esponja es el más importante. El bañista debe sentarse en medio de la tina, con los pies en el piso; tirándose hacia atrás el prepucio, por uno o dos minutos debe echarse agua helada sobre la espalda, pecho, abdomen y muslos; cuidándose lo más posible de dirigir el agua hacia los genitales."


A estos tratamientos se sumaron los castigos, tan crueles y horrendos como golpear los testículos, quemarlos, azotar al niño sospechado de masturbarse o encadenarlos.
Pero nuestra naturaleza buscar el placer, busca el gozo, y ninguno de estos castigos parecía sufientemente eficaz. Desafortunadamente la mente perversa tiene otro tipo de gozo, para nada sano, y entonces se idearon nuevos artilugios y tratamientos, más radicales y espeluznantes.

Un médico inglés Isaac Baker-Brown, promocionaba orgullosamente la clave para erradicar la masturbación femenina, mejor dicho, el placer femenino. Su método era una cirugía mediante la cual el clítoris era extirpado de la mujer.

La clitoridectomía se ha empleado en Oriente, tanto por razones religiosas como por el interés de ciertas comunidades por preservar la castidad de sus doncellas. Baker-Brown, a la sazón presidente de la Sociedad Médica de Londres, recogió esta alternativa y comenzó a tratar lo que denominó "excitación periférica" (masturbación) atendiendo a infinidad de pacientes. Por su infinita falta escrúpulos, Baker-Brown terminó siendo expulsado de la comunidad médica, pero su método continuó utilizándose y llegó inclusive a los Estados Unidos. Allí, el Dr. J.A. Bloch, autor de un artículo titulado "La perversión sexual en la mujer" recomendaba la operación como medio para evitar la masturbación y lograr así que las niñas crecieran "más traviesas y robustas".


Recogiendo una idea planteada en 1786 por el médico alemán S. G. Vogel, muchos médicos eligieron la infibulación, intervención por la cual se insertaba un alambre de plata en el prepucio o se procedía a la oclusión del orificio vaginal mediante sutura. La iniciativa tuvo tanta aceptación que el Dr. Yellowiees, uno de los divulgadores de la técnica, sostenía ufano: "Me propongo probarla en gran escala y seguir alambrando a todos los masturbadores."
Entre 1860 y 1920 ningún libro de medicina que se preciara de bueno omitía alguna receta. El de Bernard Sachs sugería la infibulación, la cauterización de los genitales y de la columna, Otros postulaban por la ampollación del pene con mercurio u otra sustancia. La circuncisión no escapaba a las opciones posibles ni tampoco el entablillado.


El perverso ingenio parecía no tener límites y se esparcía por todo el mundo.

En 1822, Jalade-Lafond ensalzaba las virtudes de un cinturón de castidad contra la masturbación y en 1848, un escocés, Moodie, preocupado por la frecuencia de la masturbación femenina, sugería una faja femenina de castidad en su "Tratado médico con principios v observaciones para preservar la castidad y la moralidad". Esta faja de es una suerte de almohada, recubierta con una rejilla de fierro, concebida para reposar sobre la vulva. Gracias a las barras de la rejilla se lograba la oclusión de los labios mayores. "El aparato, dice un autor, se aseguraba mediante cinturones a un par de bombachas ceñidas y se clausuraba con un candado cuya cerradura estaba oculta por una pestaña secreta". Por su conformación, servía igualmente, como adminículo para cuidar de la castidad de las señoritas.

A principios de siglo, la exclusiva Casa Mathíeu, de Francia, incluía en su catálogo una sección de "Aparejos contra el onanismo". Entre las muchas variedades están unos guantes, en cuya palma aparecen una especie de ralladores de queso. Según el gran sexólogo Marco Aurelio Denegri, a quien mucho le debemos en este reportaje: "Va dé suyo que tocarse el pene con semejante appareil equivalía a rallarlo como si fuera un queso o una nuez moscada".

También se ofrecía una gran variedad de constrictores que, ni duda cabe, impiden la masturbación: camisas de fuerza, fajas antimasturbatorias, cintos con puntas o con púas, entablillados, etcétera.
En Norteamérica, la Oficina de Patentes, recibía novedades: El "Adminículo sanitario de Sonn". "Este artificio antimasturbatorio, señala Denegri, consistía en una cubierta metálica que tenía elementos sostenedores y agarradores. Estos elementos de sujeción y agarre operaban mediante un muelle poderoso, apoyado en las bisagras que lo unían al aparato. Al ocurrir la erección, ajustaban automáticamente el miembro, originando así un agudo dolor".

Estaba también el aparato de MacCormick, de San Francisco que "Consistía en el escudo de metal que se ajustaba al abdomen y se sostenía con un cinturón. La parte inferior del aparato, en forma tubular, albergaba al pene. Tenía en su interior numerosos aguijones de hierro". Así, cuando por cualquier causa, explicaba MeCormick, comience la expansión del órgano, éste se pondrá en contacto con las puntas agudas, produciéndose entonces el dolor necesario o la sensación de advertencia".

Asimismo: "Joseph Lee, de Pennsilvania, inventó en 1900 un aparato quirúrgico. Se componía de un 'recibidor del pene' que se ajustaba al cuerpo mediante un cinturón. Lee se las había ingeniado para adaptarle una pila a su invento. Si quien lo usara tenía una erección mientras dormía, la erección causaba un contacto eléctrico que hacía sonar una alarma, suficientemente bulliciosa para despertar a cualquiera del sueño más pesado".

Finalmente se editaron unas tarjetas especiales, "las tarjetas de castidad", que inventó el Dr. Lewis, con simpleza casi campesina. Todo varón, pecador o inocente, debía incluir en sus bolsillos una de estas tarjetas. En ellas iban anotados doce temas de reflexión destinados para alejar la erección inoportuna y los pensamientos sucios con la suficiente energia. Son fórmulas sencillas, pero "absorbentes", que "alejan al débil de la concupiscencia".


Dentro de lo más contemporáneo tenemos al creador de los Kellog's inicialmente Corn Flake, JohnEl Sr. Kellogg estaba seguro que el problema de que la gente se masturbase eran los hábitos alimenticios de esa sociedad, así que ideó unos cereales para la hora del desayuno. Fundado a su vez la compañía Corn Flake Company que más tarde se llamaría Kellogg Company.

Con estos cereales, más bien insipidos, intentó conseguir una sociedad pura y casta como su propio inventor que estuvo casado con su mujer y confesó que durante 40 años de convivencia no había mantenido relaciones sexuales, ni tan solo compartir su propio lecho aunque si habitación. Kellogg estaba a favor de la ablación química y en contra de los preservativos y el amor libre.

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